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  • Foto del escritorP.J.

Lo que no te dije

Todos tenemos una hora específica para coincidir con las personas que harán parte de nuestra vida. Mi hora favorita fue cuando el destino decidió entrelazar nuestros caminos como una trenza casi perfecta. Justo cuando tu corazón se caía a pedazos y el mío estaba en remodelación. Al parecer teníamos una misión. Para ti la última, para mí el inicio de varias.


Conocer a una persona me ha parecido fascinante, ya que me ha permitido saber qué tan buena combinación hacen ese cuerpo con esa personalidad. Tú eras como poco una mezcla extraña, que a simple vista podías ser tan agradable como desagradable. Para mí fue descubrir una belleza interior que exaltaba la exterior y que, por suerte para mí, me ayudaría a aprender a brillar.


Encontrarte entre tanto ruido fue como hallar un cuarto vacío en el que podía refugiarme y sentir un poco de la tranquilidad que tanto anhelaba. Jamás tuve la certeza de que te quedarías para siempre, y así fue mejor porque tu llegada me tomo por sorpresa. A ti también la mía, estoy segura.


Han sido demasiadas las ocasiones en las que he dicho que me he sentido segura; pero contigo entendí que las seguridades se desvanecen cuando más las sientes y logran quebrarte en tiempo record.


Creamos una complicidad en la que ni siquiera hacíamos participes a las palabras, nos bastaba solamente una mirada para entendernos. Y por lo tanto, la confianza se fue construyendo sobre un material inquebrantable, haciendo posible confesar algunos de nuestros secretos a sabiendas de que no nos juzgaríamos, simplemente alivianaríamos cargas.


Con el pasar de los días notaste que un pequeño bulto se iba abriendo paso en tu cuello e iba creciendo con prisa. Las dos sabíamos lo que podía ser, pero decidimos hacer como sí nada a pesar de que el miedo se albergaba entre nosotras y nos acompañaba en cada paso que dábamos. Lo cierto es, porque sigue siendo, que jamás encontré las palabras adecuadas y aún sigo sin encontrarlas.


El día en el que confirmaron el diagnóstico – cáncer –, después de realizarte la biopsia, fue como si una parte de mi mundo se derrumbara y yo ni siquiera sabía cómo iba a detenerlo. En ese momento decidí hacer uso de la reserva de fortaleza, que ni siquiera sabía que tenía, y te dije: Voy a estar aquí, toma mi mano fuertemente y cuando sientas que la fuerza te falle te daré la mía. Tus sollozos, tu respiración entrecortada, tu forma de decirme que tenías miedo y escuchar esa palabra me quebraban. Cáncer, que palabra tan corta para ser una enfermedad que causa tanto miedo. Yo la había escuchado en repetidas ocasiones, pero nunca me imaginé viviéndola desde cerca.


Poco a poco ella – tu enfermedad – se fue llevando cosas tuyas, mientras tú la mirabas de frente y le contabas los sueños y metas que aún te hacían falta por cumplir. Pero esa cruel y descorazonada no se detenía. Ni la radioterapia, ni la quimioterapia lograban hacerla retroceder un poco para liberar tu cuerpo para retomar fuerzas. Cada vez te debilitabas más; pero oponías resistencia cuando recordabas los hijos que querías tener y la puesta en marcha de un negocio más grande del que ya tenías. Íbamos por eso y esperábamos que todo mejorara, eso creíamos.


Precisamente cuando pensábamos que nada más podía salir mal, un nuevo y difícil proceso inicio para mí. Tú estuviste tan involucrada en él, aunque prefería alejarte para que estuviéramos enfocadas en tu proceso, porque sabía que lo necesitabas mucho más. El dolor nos unió como si supiera que debíamos estar lo más juntas posible, ya que nos quedaba poco tiempo y debíamos aprovecharlo.


Cuando el final se iba tornando más tangible y me decías: “Amiga ayúdame, no me quiero morir” la fuerza se caía a mis pies y junto con ella me derrumbaba, las palabras se escondían y las lágrimas amenazaban con salir desbordadas. No podía permitir que la fuerza me fallara. Solo podía abrazarte fuertemente, como si fuera la última vez que lo fuera hacer. Y no me equivocaba, fue la última.


Una noche de un mes de mayo tu cuerpo descansó. Ya no había dolor, no había tristeza para ti. Sin embargo esa noche, también, dejaste en nosotros un vacío inmenso que ni las palabras de apoyo, ni algunos abrazos lograban llenar. Lo único cierto es que ese espacio sigue ahí, en el mismo sitio y con el mismo silencio ensordecedor. Y si bien han pasado varios años, no han sido tantos como para olvidarte, pero sí los suficientes como para que duela tu ausencia.



Con Cariño P. J.




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